Hoy en el
colegio, en una reunión, escuché a varias maestras, particularmente del nivel primario, utilizar
diminutivos de forma reiterativa. Esto me hizo preguntarme si se expresan de igual forma con los niños con lo cuales trabajan.
En el presente artículo; busco precisar algunos aspectos sobre el uso de esta variación morfológica y semántica de las palabras. Así también, que efectos produce su uso constante en las relaciones con los niños.
En el presente artículo; busco precisar algunos aspectos sobre el uso de esta variación morfológica y semántica de las palabras. Así también, que efectos produce su uso constante en las relaciones con los niños.
Los diminutivos,
desde el punto de vista lingüístico, son
afijos derivativos que modifican no solo la estructura de una palabra sino
también el significado de la misma; generalmente el de un nombre o sustantivo. Ello con el objetivo de dar un matiz de tamaño pequeño o de poca importancia, o
bien como expresión de cariño o afecto. Pero que en ocasiones pueden tener un
sentido despectivo, según el contexto.
El uso de
diminutivos es propio de las lenguas romances y el español está lleno de ellos.
Más aún, su uso es más evidente en los hispanohablantes; donde conlleva una
carga emocional muy fuerte. El cual, en ocasiones puede resultar cargante, inclusive con los adultos. Sin
embargo, su uso indiscriminado puede ser poco favorable para el desarrollo del
lenguaje y del carácter de los niños, específicamente.
Los
especialistas en terapia de lenguaje recomiendan a los padres de familia no
decir palabras en diminutivo como “regalito”, “loncherita” o “zapatito” porque
un niño con problemas de lenguaje presentan dificultades para decodificar y al
escuchar estas palabras será más difícil pronunciarlas. Si tomamos en cuenta,
que los maestros tenemos la tarea de contribuir al desarrollo del lenguaje en
los niños ¿por qué expresarnos con diminutivos?
Un adulto que
utiliza indiscriminadamente los diminutivos para hablar con un niño termina
perdiendo la perspectiva del mismo. Pues con ello, está marcando la
imposibilidad de ponerse en el lugar del niño. Por consiguiente, sin ese
intercambio de perspectivas, sin esa empatía, la comunicación real se dificulta.
Sé que muchos
argumentarán que el uso de diminutivos en nuestro hablar cotidiano está cargado
de una connotación afectiva. Lo cierto es, que es mucho mejor hablar con voz
amable, sin elevarla y con una sonrisa que abusar de los diminutivos. Pues, si
abusamos de ellos, podemos estar cayendo en una actitud de “menosprecio
inconsciente” de la condición del niño frente al adulto y de su propia
inteligencia en todos los sentidos de la palabra.
En conclusión,
las cosas deben llamarse como son. Puesto que, de lo contrario se corre el
riesgo de desvirtuar la relación significado-significante y que ello se
establezca en las estructuras neuronales del niño. Si
queremos lograr que nuestros niños desarrollen el lenguaje de forma adecuada; debemos
evitar el uso de diminutivos en exceso. Así mismo, si queremos promover un
clima emocional idóneo; busquemos otras formas de materializar nuestros afectos
en donde no se corra el riesgo de que nuestras acciones resulten más
perjudiciales que favorables.
Lic. Fredd Tipismana
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