De padres
que cargan la mochila, persiguen a sus hijos con el bocadillo por el
parque, y todos los días preguntan en el grupo de WhatsApp del colegio
qué deberes tienen sus niños para el día siguiente... hijos como los que
describe la periodista Eva Millet en su libro «Hiperniños», menores que de tanto que sus padres les han dado durante su infancia, de mayores no pueden hacer nada ellos por sí mismos.
No
se trata, «de señalar a los progenitores que lo están
haciendo mal. Pero sí decirles que nos tenemos que relajar, y que hay
otras opciones. La crianza es un proceso a largo plazo, donde los
resultados no salen a golpe del clic. Ahora hay muchos que están
formando muy pronto al niño, para que a los diez años sea un pequeño
Mozart».
La hiperpaternidad no da la felicidad, lo dicen los expertos. Esta sobreprotección infantil lo que está produciendo son niños altar o niños mueble.
Afecta a toda la familia, hace que vivan muy estresados, porque se
sienten que no son lo suficientemente buenos, que no le están dando al
niño lo suficiente para que triunfen. Y ojo, afecta especialmente a las
madres… que son conscientes de que nunca le dan suficientemente al niño
para que esté hiperformado.
Ser feliz requiere
carácter. La educación no es simplemente dotar de conocimientos y
experiencias mágicas —del tipo llevarle a Disney a los cinco años, o ver
a Papá Noel en Laponia ¡y en privado!...— que se piensa que hay que dar
para que los niños sean felices. Como dice el filósofo José Antonio
Marina, «la educación es la suma de conocimientos y la formación del
carácter». El carácter son los recursos para ejecutar la formación. La
constancia, el esfuerzo, la resiliencia, la empatía… El carácter son
muchas cosas.
Y sobre todo, una que también es importantísima y que se nos olvida a menudo: la tolerancia a la frustración.
Porque la frustración te acompaña toda la vida. Cuidado, no se trata de
educarlos como los espartanos, pero sí que tengan herramientas para
tolerar la frustración. Hay esta idea de que hay que darles todo y de que no se pueden frustrar porque van a ser infelices, y parece según los expertos que es justo todo lo contrario.
De la mano de la frustración están los limites. Es un concepto que afortunadamente cada vez se reivindican más. No puedes crecer sin límites, los niños los buscan, los adolescentes también. Los quieren y los necesitan. La educación es la suma de afecto y límites, ese es el binomio. Se han de poner pronto…
En
la hiperparternidad el hijo es un proyecto de los padres, porque se ve
como un producto a gestionar. Son los padres CEO y sí, la tendencia es
que el fenómeno se de en las clases medias y altas porque como decimos
llevan al niño al mejor colegio, les apuntan a extraescolares de cinco
en cinco, y cuanto más extravagantes, mejor.
Respecto
a las extraescolares, cada familia es un mundo. Pero las extraescolares se están
poniendo demasiado pronto, y demasiadas a la vez. Están arrebatando
tiempo para el juego. Y creo que jugar es la mejor extraescolar. Jugando
no solo desarrollan tolerancia a la frustración. También la
creatividad, o el trabajo en equipo... La hiperpaternidad lo ve como una pérdida de tiempo,
pero el juego es fundamental y es la esencia de la infancia. Quizás
habría que plantearse si no es posible que entre algunas madres se
turnen para recoger a los niños e ir al parque. Desde luego, lo que no
podemos hacer es arrebatarles el tiempo como lo estamos haciendo.
Los colegios empiezan a estar anonadados.
Están viendo que la colaboración de los padres, que de por sí es una
cosa fantástica, se está convirtiendo en intromisión. El hiperpadre, en
este afán de crear el mundo perfecto para el hijo perfecto, interviene
en el menú, en cómo da las clases el profesor, en la oferta de
extraescolares… Está pasando. Las escuelas cada vez están cada vez más cuestionadas y exigidas.
Existe esta idea de que el niño es tan especial y único que este tiene
que tener una educación especial y única. Los centros escolares se
volverían locos si se tuvieran que adaptar de esa forma a cada niño.
Se
ven casos donde los niños han dejado de ser los interlocutores, y hablo
de Secundaria, de adolescentes, donde son los padres los que hablan con
el maestro en un momento en el que el niño ya puede defender sus
argumentos… Son pocos casos, pero es una figura que está apareciendo. Se
establece un vínculo que no separa familia de especialista. Se pone al
mismo nivel. Es verdad que hay que ayudar al alumno, pero se trabaja más
desde la compasión que desde la resiliencia, el esfuerzo, la
superación… Hoy con los correos electrónicos, los WhatsApps… No hace
falta ese control exhaustivo.
En Estados Unidos esto está dando lugar a que se generalice una situación de «ansiedad extrema»
que se ha extendido entre los adolescentes, y que según distintos
estudios la sufren el 62% de alumnos de Secundaria. De hecho, está
derivando en que existan unos protocolos para estos alumnos tan sumamente frágiles que no pueden afrontar un examen porque se quedan paralizados.
Son adolescentes con un Instagram de imágenes perfectas,
pero la realidad es que están ansiosos, paralizados algunos por la
ansiedad. Porque son como niños pequeños, son hiponiños o hipohijos, que
no pueden hacer nada sin que sus papás les ayuden, completamente
dependientes. Y una cosa muy interesante, está apareciendo también el
miedo a fallar, a equivocarse, como una nueva plaga, que si no gestionan
en la infancia acabará en fobia.
La base de la educación emocional es la empatía.
En la hiperpaternidad se le dice al niño que él es fantástico, pero
para que una autoestima funcione tiene que ir acompañada de empatía, que
es una herramienta más del carácter. Y la conclusión de todo lo que
digo en mi obra es que no tenemos que educar un hijo perfecto, sino criar personas.
Educar personas, que es lo que necesitamos, no seres perfectos.
Entiendo que cuesta relajarse, porque hay mucha oferta, mucha
competitividad, y los padres que se relajan sienten que ponen en
desventaja a sus hijos. Porque este modelo no funciona, no da la
felicidad. Muchas veces la hiperpaternidad tiene que ver con la
desconfianza en nuestras capacidades. Pero los hijos no quieren padres
perfectos: quieren que les quieran, que les pongan límites, y que
confíen en ellos, y también en su propia labor como progenitores.
Fuente: http://www.abc.es/familia/educacion/abci-millet-sobreproteccion-infantil-esta-produciendo-ninos-altar-o-ninos-mueble-201802252114_noticia.html
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